¿Cuándo ha cesado la horrible noche?
- Detox Information Project
- 27 jun
- 5 Min. de lectura

El 7 de junio, la nube oscura de siempre volvió a cubrir la historia de nuestro país. Esta vez, se hizo visible para todos, no solo para las periferias. Ante los ojos citadinos y apurados apareció una realidad que nunca desaparece, pero que a menudo se vuelve invisible: la violencia.
Debemos reflexionar sobre dos focos distintos. Uno reiterativo, que nos obliga a hablar de la violencia política, y otro más invisible, que no vemos o simplemente decidimos ignorar.
Qué tristeza nos debe causar toda esta situación. Es necesario analizar cada una de sus aristas y tratar de ver un panorama completo; incluso en estos momentos tan duros. Está es una invitación y reflexión a tener una visión íntegra del otro. A humanizar lo que, de por sí, es un acto profundamente deshumanizante, porque sin esa delicadeza, no podremos salir del meollo de lo que significa, en lo cotidiano, la violencia: una imposibilidad para que la vida sea vivida.
Con severidad y desprecio señalamos un rostro que representa otro tipo de violencia, una que le quita a la niñez su hermosura; una que pasa a segundo plano con frialdad; una que se normaliza; una violencia que se refleja en unos ojos a los que se les ha arrebatado su inocencia; sin poder elegir, sin poder imaginar otro camino, sin la posibilidad de un futuro.
Un país que al gritar paz, parece decir que grita “¡pas, pas, pas!” . Donde lo que se debe resolver se arregla con plomo: diferencias, intolerancias, conflictos. El foco en la juventud o en cualquier habitante de este país implica una responsabilidad que todos debemos asumir y, más ahora; con urgencia.
¿Acaso esto no ha sucedido antes? ¿Por qué se repite la historia? ¿Sabemos realmente lo que pasó?
Escribo esto de manera cotidiana, con la esperanza de que pueda construir un diálogo. Un diálogo incómodo; un diálogo que no busque tener la razón, sino que nos lleve a conversar sobre los verdaderos problemas de la violencia; palabras que nos ayuden a visibilizar lo invisible.
Ojalá podamos desarrollar un debate desde lo que nos une. Ser un ser social implica afrontar la realidad de Colombia. La velocidad de Bogotá enceguece al país. La vida en las ciudades invisibiliza una violencia que ha persistido sin descanso en municipios y corregimientos.
Lo que ocurrió ese nefasto 7 de junio, lamentablemente, ocurre a diario en nuestro país.
¿Qué está pasando? Se acrecienta la violencia. Parece que volvemos a escuchar a los cachiporros y godos, a uribistas y petristas, a derechas e izquierdas. La campaña oscura de la política se convierte en una zona campal.
¿Cuál es el costo de vivir en este país?
¿Cuándo es asunto de interés la violencia; solo cuando toca nuestra puerta? ¿y cuando llega a la casa de nuestros vecinos, amigos? ¿qué pasa cuando llega a la del “otro”?
¿Cuándo la sentimos?
¿Cuál es el precio que pagamos al no reconocer al otro?
La violencia no puede arrebatar a quien piense distinto.
Por un lado, tenemos un escenario que se volvió habitual en los años 90, y que tristemente este año se repite: alguien que lidera los esfuerzos de muchos, que representa a una población que piensa distinto, es atacado. Aunque como joven no comparto muchas de las ideas del candidato Miguel Uribe Turbay, jamás pensaría que el costo de pensar diferente sea perder la vida.
Como cualquier otro actor político, él busca el bien común desde su perspectiva. Y aunque no siempre coincidamos, creo firmemente que todos cabemos en este país. El debate y la diferencia deben ser motores de crecimiento, no motivos de amenaza.
Pensar distinto jamás debe ser razón para terminar con amenazas o asesinatos.. Sin embargo, la polarización ha crecido; las figuras políticas en lugar de tender puentes han alimentado divisiones. Este escenario debería llevarnos a reflexionar: ¿ese es el costo de hacer política hoy?
La tensión queda instalada. Una tensión social, política, emocional. Un ambiente cargado que permanece no solo en las instituciones, en las redes, sino que persigue a la gente en las calles, en sus casas, en los colegios, en todo espacio.. La violencia se vuelve espectáculo, los discursos se vacían, y la necesidad de tener la razón parece más urgente que encontrar soluciones. ¿El resultado? Un candidato herido y un joven apretando el gatillo.
Nos hemos obsesionado con señalar culpables, con excusarnos, con sacar provecho incluso de las tragedias. Nos hemos dejado llevar por una guerra silenciosa de comentarios, trinos, discursos y posturas intransigentes. Gritamos paz en cualquier bando, pero lo hacemos con el corazón lleno de rabia, con la necesidad de imponernos.
¿Dónde está la coherencia? ¿Dónde está la voluntad de ver el panorama completo?
La violencia no desaparece; se transforma, se esconde, se normaliza. Las amenazas y muertes crecen al son de la ambición, del poder y del dinero. Se destruyen familias, comunidades. Surgen más grupos armados. Los discursos de odio se personalizan y convierten las diferencias en trincheras ideológicas. Se escogen bandos como si estuviéramos en una guerra; una guerra de razones, sin pensamiento crítico, con palabras llenas de furia que desenfundan armas..
Las ciudades se escandalizan... y luego olvidan.
¿Acaso se repite la historia?
La invitación es a dialogar. No desde la razón entendida como “yo tengo la razón”, sino desde el deseo de ir al fondo de las cosas:
¿Cómo termina un joven disparando?
¿Cómo una bala se siente en todo un país?
¿Cómo no sentimos las demás balas?
¿Qué lugar ocupamos en esta historia? ¿Desde qué ideología nos dejamos dividir?
Lo que debería importarnos es la construcción de paz. Hablar desde la diferencia. Sentarnos, reconocernos, entender que siempre seremos diferentes, pero que aun así podemos y debemos construir un país en común.
Dejemos de lado la gloria personal y el narcisismo de creer que en nuestras palabras está toda la verdad. Lo que necesitamos al pensar no es tener razón, sino encontrar soluciones comunes a aquello que nos duele a todos.
Se habla poco de lo que verdaderamente importa, y se piensa poco en el fondo. Es urgente pensar más allá de lo que creemos saber, escuchar más, construir esperanza. Mi único deseo al escribir esto es que quien lee busque una unión verdadera; que quienes tienen diferencias se sienten a dialogar; que vayamos a la raíz de lo que nos aqueja.
Es fácil juzgar con poca información. Lo difícil es mirar más allá del escándalo, del ruido, del “boom”. Enseñemos a dar esperanza: una que busca caminos y jamás para; una que lucha y honra a quienes han perdido la vida… viviendo.
Felipe Vargas
Miembro del Comité asesor
Jóvenes Líderes DIP